Esta semana queremos compartir la noticia publicada el pasado día 5 de mayo por The Wall Stret Journal en la que se informaba de las distintas políticas comerciales entre EEUU y China. 

El presidente Barack Obama intenta promocionar su ambiciosa agenda de libre comercio al advertir que, de no aprobarse, China ganaría terreno para imponerse sobre Estados Unidos como árbitro del comercio internacional.

Algunos de los propios aliados del mandatario reconocen que exagera la amenaza china y que sus comentarios podrían dañar la relación entre ambos países. Beijing ya sospecha que EE.UU. apunta a restringir a China y las palabras de Obama parecen confirmar esto.
El mensaje de Obama “está dirigido a una audiencia interna, pero puede alentar la percepción en Asia de que EE.UU. está tratando de limitar las ambiciones de China”, señala Matthew Goodman, ex asesor económico de la Casa Blanca que ahora se desempeña en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.
Obama busca la aprobación del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), en el que participan 12 países, entre los que figuran Chile, México y Perú además de Australia, Vietnam y Japón. China, no obstante, brilla por su ausencia. En una entrevista con The Wall Street Journal la semana pasada, Obama dijo que “tenemos que asegurarnos de redactar las reglas de libre comercio (en Asia) en lugar de que China lo haga por nosotros”.

Recurrir a una lógica de política exterior para conseguir la aprobación de un pacto comercial tiene un largo historial en EE.UU. Tales argumentos suenan nobles y son más fáciles de comprender que los múltiples y complejos detalles que caracterizan a los tratados de libre comercio. Bill Clinton sostuvo que el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) apuntalaría a México y frustraría las ambiciones de Japón en el hemisferio occidental (cuando Japón era considerado el principal rival económico de EE.UU.), mientras que George W. Bush manifestó que el acuerdo de libre comercio con Colombia ayudaba a un país que lo necesitaba para fortalecer su democracia y mejorar los derechos de los trabajadores.


En última instancia, sin embargo, lo que importa son los beneficios económicos de los acuerdos de libre comercio. EE.UU. y China abordan la expansión del libre comercio desde perspectivas distintas.

China se concentra en lo que David Dollar, académico del centro de estudios Brookings Institution y ex funcionario del gobierno de Obama, llama el “hardware del comercio”. China provee abundante financiamiento para que los países en desarrollo construyan la infraestructura que necesitan para el comercio global, como puertos, aeropuertos y carreteras, que a menudo son construidos por empresas chinas.

La reciente ofensiva del país para crear el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, sin participación de EE.UU., es parte de esa estrategia. También lo son los megaproyectos chinos en Asia central para apuntalar el comercio por tierra y mar, lo que los chinos denominan “Un cinturón, un camino”. Tales iniciativas seguirán adelante sin importar la suerte del TPP, dice He Fan, economista de la Academia China de Ciencias Sociales. Los proyectos difunden “el modelo chino” de desarrollo a través de la construcción de infraestructura y el crecimiento de las exportaciones, agrega He, e impulsan a las firmas chinas de construcción y de otros rubros.


No obstante, cuando se pasa al tema de las reglas del libre comercio, lo que Dollar denomina “el software del comercio”, EE.UU. sigue siendo el campeón indiscutido y China ocupa un lugar muy distante. Las normas tienen una importancia enorme. Determinan cuándo se pueden imponer aranceles sobre bienes, el nivel de las protecciones a la propiedad intelectual y la inversión, los subsidios permitidos y la forma en que los gobiernos hacen sus compras, entre otros asuntos.

A partir de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. ha sido el principal responsable de establecer esas reglas y convencer a otros países para que las acepten en pactos regionales y globales.

Ahora, la lucha para obtener la aprobación de los legisladores de la llamada autoridad de vía rápida, que obliga al Congreso estadounidense a votar a favor o en contra de un acuerdo, pero le impide enmendarlo, le daría un gran espaldarazo al TPP, que EE.UU. quiere usar para expandir las áreas cubiertas por las normas comerciales.

Washington postula que los nuevos estándares del TPP, en especial los relacionados al comercio electrónico y la conducta de las industrias en manos del Estado, podría, a la larga, influir en el comportamiento de China al convertirse en reglas globales.

China, por su parte, no promueve una agenda alternativa a la de EE.UU. De hecho, EE.UU. ha exhortado a las autoridades de Beijing a ser más enérgicas a la hora de formular políticas comerciales.

“Contamos con que China asuma una mayor responsabilidad por mantener la apertura y fortalecer las reglas del sistema mundial de comercio”, dijo la semana pasada Michael Froman, el representante comercial de EE.UU.


Al quedar al margen del TPP, China es parte de las negociaciones de otro acuerdo de libre comercio asiático, el Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), que abarca a 16 países y entre los cuales no hay ninguna economía latinoamericana. Esta sociedad debería establecerse este año.

“El RCEP no será un acuerdo de libre comercio fuerte”, predice Peter Petri, economista de la Universidad Brandeis.

El fracaso del TPP perjudicaría a EE.UU. en Asia y renovaría las dudas acerca del liderazgo estadounidense, lo que podría desembocar en un sentimiento de satisfacción en Beijing.

De todas formas, las actuales reglas del comercio global —que fueron desarrolladas por EE.UU. y ratificadas por otros países en los últimos 70 años— seguirán en efecto.


Fuente: The Wall Street Journal